Siete años tenía cuando el profesor Diego Boso se me acercó después de la clase de educación fásica y me dijo:
-¿Te gustaría hacer gimnasia deportiva?
No le entendí mucho cuando me explicó de qué se trataba y le respondí que lo iba a pensar.
Esa tarde, cuando llegué© a casa, le dije a papi algo así:
– ¿Viste que me trepo re bien en los juegos de la plaza? Me parece que quiero hacer gimnasia deportiva.
-Pero hija, dijo papá con el tono que usa cuando sabe que me traigo algo entre manos. Hija, ¿vas a poder con todo? Mira que a inglés no vas a dejar de ir, tenés la tarea…
El solo hecho de que sonara difícil hacía que me gustara más.
Al día siguiente me crucé© con el profe en el patio y le advertí:
-Yo voy a la clase si me ponés en el nivel dos porque quiero estar con mis amigas.
Creo que levanté el dedito Índice y bajé el mentón para sonar más amenazante. El tipo debe haber pensado que era una mocosa tremenda. Y mucho no se equivocaba.
-Bueno dale, venite y probamos cómo te sentís.
Y así pasé a formar parte del clan de las chicas de la malla azul, blanca y roja.
A los siete tenés el cuerpo de humanito nuevo. No te escuchás decir «ay Dios mío» acompañado de un soplido cuando te santás. O no sentís los crack crack de los huesos que se acomodan si estuviste en el piso en postura yogui.
Así que todos los desafíos que me proponía, los superaba casi sin darme cuenta.
De lo que sí me daba cuenta era de los bichitos que se despertaban en mi estómago cuando intentaba el temido salto mortal. También me daba cuenta que cada vez elongaba mejor mis piernas cuando le mostraba la hazaña a papá y se tapaba para no verme porque le causaba impresión.
Una tarde de lluvia participé del torneo Panamericano de la juventud. La noche anterior no había podido dormir. En ese entonces no sabía que esa sensación se llamaba ansiedad y que me iba a visitar en otras oportunidades, pero con una máscara menos dulce.
El caso es que hice mi rutina, me divertí con mis amiguitas y esperamos la premiación. Nombraban a una por una, les daban el beso de las muchas gracias, un diploma y las separaban del grupo. Cuando quise darme cuenta me atravesó una duda tremenda: ¿Y si se habían olvidado de mí?
Ese día, ante los ojos divertidos de mis tíos y abuelos que también habían ido a verme, recibí el primer lugar del torneo.
Lo que en ese momento no supe fue que en verdad, el profe Diego no había visto en mí ninguna cualidad deportiva. Solo necesitaba tener más alumnos en su taller vespertino. Yo no creo que haya sido su intención, pero esa pregunta, su pregunta: «¿Te gustaría hacer gimnasia deportiva?» despertó algo en mí.
No lo va a saber nunca, el profe Diego. Pero además de regalarme el sentido de pertenencia y los momentos más lindos de mi infancia en la querida escuela Santa Catalina, el profe me enseñó algo más importante: a veces necesitas que alguien -aunque sea una vez en tu vida- vea algo en vos, para ayudar a que te conviertas en la ganadora del primer puesto.